La curiosa noticia de la calabaza con la sangre de Luis XVI y el interés por el coleccionismo llevado hasta el extremo de la aristocracia ilustrada y decimonónica me recordó un interesante pasaje de una estupenda obra de Alejandro Dumas, padre, titulada Los Mil y un fantasmas (1849), en cuyo primer volumen se reproduce la siguiente escena:
"El señor Ledrú se fue directamente a su bufete y abrió un inmenso cajón en el cual había multitud de cajitas...
-Mirad, me dijo, he aquí para vos, el gran aficionado a la historia, algo más curioso todavía que el mapa de la Ternura esta colección de reliquias... no de santos, sino de reyes.
En efecto, cada cajita encerraba un hueso, cabellos o pelos de la barba. Había una rótula de Carlos IX, el pulgar de Francisco I, un fragmento del cráneo de Luis XIV, una costilla de Enrique II, una vértebra de Luis XV, pelos de la barba de Enrique IV, y cabellos de Luis XIII. Cada rey había proporcionado una muestra, y con todos aquellos huesos se hubiera podido recomponer un esqueleto que habría representado perfectamente, el de la monarquía francesa, a quien desde hace mucho tiempo faltan los huesos principales. Había además un diente de Abelardo y otro de Eloísa, dos blancos incisivos, que, en la época en que estaban cubiertos por trémulos y ardientes labios, se habían quizá encontrado reunidos en un beso.
¿De dónde provenía aquel osario? El señor Ledrú había presidido la exhumación de los reyes en San Dionisio, y tomó de cada tumba lo que mejor le pareció."
De todo lo que rodea a las reliquias de santos y al universo de la picaresca que las envuelve hemos oído hablar alguna vez. ¡Quién no recuerda, pues una vez que se ha escuchado este relato no se olvida, la procesión de cadáveres incorruptos o momificados, "cónclave familiar" de los Austria españoles, frente a Carlos II, que ya había tenido sus experiencias con otras muchas reliquias y cuerpos de santos (San Isidro y San Diego de Alcalá)!.
Así lo cuenta C. Fisas en su Historia de reyes y reinas rescatando las palabras de F. González-Doria en su libro Las reinas de España (1978) p. 250:
"En el monasterio de El Escorial, con motivo de inaugurarse los panteones de los reyes y de los infantes, se procede al traslado de los cadáveres allí depositados, que debía ser con templado por el rey Carlos II para que, a la vista de tales despojos humanos, se pudiese liberar de los demonios que lo poseían. "Este [el rey] contempla lo que en cada uno de los féretros queda de su primera esposa, de su padre Felipe IV, de sus abuelos Felipe III y doña Margarita; de sus bisabuelos Felipe II y doña Ana, y de sus tatarabuelos los reyes emperadores don Carlos y doña Isabel. De todos aquellos despojos, alguno momificado y en buen estado de conservación, como es el caso del emperador, los que más honda impresión causan en Carlos II son los de su amada esposa la reina María Luisa, consumida y desfigurada a los nueve años de haber fallecido. Y el pobre Carlos se pasó toda aquella noche gimiendo y diciendo a gritos: "¡María Luisa! ¡Mi reina!...""
Superstición macabra, pero el punto pintoresco del relato de Dumas no es otro que el de reducir la Historia de Francia a microfragmentos, muestras de un pasado glorioso que se difumina, lo que supone para el autor un paso más, aún siendo este relato una ficción, pues se trata de una justificación cientifista del hecho. Historicismo liberal puro y duro. Y hay quién se sorprende aún con estudios como los del ADN de los Medici, Cristóbal Colón o las búsquedas de los restos de Mozart, Cervantes, etc, y esta prospección científica todavía está justificada. Pero, ¿qué ocurre con los cazadores de reliquias?Es llamativo que la literatura decimonónica recoja episodios, aún ficticios, como éste, que la realidad nos demuestra que bien pudieron ser ciertos. Hay quien también puja por un pedazo de Historia. La sociedad se aferra a cierta Historia personalista que sacraliza a sus personajes y tiende a darles un cierto culto a través de sus "reliquias". Para muestra un botón, Napoleón y sus múltiples pedazos repartidos por el mundo, desde el prepucio hasta un fragmento del estómago. El "merchandising histórico" comenzó con la fiebre del romanticismo, igual que se crearon los mitos históricos de los nacionalismos...
"El señor Ledrú se fue directamente a su bufete y abrió un inmenso cajón en el cual había multitud de cajitas...
-Mirad, me dijo, he aquí para vos, el gran aficionado a la historia, algo más curioso todavía que el mapa de la Ternura esta colección de reliquias... no de santos, sino de reyes.
En efecto, cada cajita encerraba un hueso, cabellos o pelos de la barba. Había una rótula de Carlos IX, el pulgar de Francisco I, un fragmento del cráneo de Luis XIV, una costilla de Enrique II, una vértebra de Luis XV, pelos de la barba de Enrique IV, y cabellos de Luis XIII. Cada rey había proporcionado una muestra, y con todos aquellos huesos se hubiera podido recomponer un esqueleto que habría representado perfectamente, el de la monarquía francesa, a quien desde hace mucho tiempo faltan los huesos principales. Había además un diente de Abelardo y otro de Eloísa, dos blancos incisivos, que, en la época en que estaban cubiertos por trémulos y ardientes labios, se habían quizá encontrado reunidos en un beso.
¿De dónde provenía aquel osario? El señor Ledrú había presidido la exhumación de los reyes en San Dionisio, y tomó de cada tumba lo que mejor le pareció."
De todo lo que rodea a las reliquias de santos y al universo de la picaresca que las envuelve hemos oído hablar alguna vez. ¡Quién no recuerda, pues una vez que se ha escuchado este relato no se olvida, la procesión de cadáveres incorruptos o momificados, "cónclave familiar" de los Austria españoles, frente a Carlos II, que ya había tenido sus experiencias con otras muchas reliquias y cuerpos de santos (San Isidro y San Diego de Alcalá)!.
Así lo cuenta C. Fisas en su Historia de reyes y reinas rescatando las palabras de F. González-Doria en su libro Las reinas de España (1978) p. 250:
"En el monasterio de El Escorial, con motivo de inaugurarse los panteones de los reyes y de los infantes, se procede al traslado de los cadáveres allí depositados, que debía ser con templado por el rey Carlos II para que, a la vista de tales despojos humanos, se pudiese liberar de los demonios que lo poseían. "Este [el rey] contempla lo que en cada uno de los féretros queda de su primera esposa, de su padre Felipe IV, de sus abuelos Felipe III y doña Margarita; de sus bisabuelos Felipe II y doña Ana, y de sus tatarabuelos los reyes emperadores don Carlos y doña Isabel. De todos aquellos despojos, alguno momificado y en buen estado de conservación, como es el caso del emperador, los que más honda impresión causan en Carlos II son los de su amada esposa la reina María Luisa, consumida y desfigurada a los nueve años de haber fallecido. Y el pobre Carlos se pasó toda aquella noche gimiendo y diciendo a gritos: "¡María Luisa! ¡Mi reina!...""
Superstición macabra, pero el punto pintoresco del relato de Dumas no es otro que el de reducir la Historia de Francia a microfragmentos, muestras de un pasado glorioso que se difumina, lo que supone para el autor un paso más, aún siendo este relato una ficción, pues se trata de una justificación cientifista del hecho. Historicismo liberal puro y duro. Y hay quién se sorprende aún con estudios como los del ADN de los Medici, Cristóbal Colón o las búsquedas de los restos de Mozart, Cervantes, etc, y esta prospección científica todavía está justificada. Pero, ¿qué ocurre con los cazadores de reliquias?Es llamativo que la literatura decimonónica recoja episodios, aún ficticios, como éste, que la realidad nos demuestra que bien pudieron ser ciertos. Hay quien también puja por un pedazo de Historia. La sociedad se aferra a cierta Historia personalista que sacraliza a sus personajes y tiende a darles un cierto culto a través de sus "reliquias". Para muestra un botón, Napoleón y sus múltiples pedazos repartidos por el mundo, desde el prepucio hasta un fragmento del estómago. El "merchandising histórico" comenzó con la fiebre del romanticismo, igual que se crearon los mitos históricos de los nacionalismos...
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