Duelo entre Oneguin y Lensky. Ilia Repin (1899)
Siempre hay imágenes y tópicos asociados a períodos determinados. En el caso del siglo XIX hay una particularmente polémica, la figura del duelista romántico. Mitad poeta, mitad caballero de folletín que se bate por su honor y su nombre, o por algo menos prosaico, por amor, de noche, en medio de la niebla o en un bosque apartado. No es ésta precisamente una de esas evocaciones basadas en una mera ficción literaria, los lances de honor, donde estaban muy presentes la vergüenza y la muerte, fueron bastantes comunes durante todo el siglo.
No vamos a remontarnos a la génesis del duelo ni su relación con las justas medievales ni las ordalías, pues sería muy largo y complejo analizar un concepto como el del honor. Sin embargo, debo hacer hincapié sobre la vasta producción jurídica o puramente literaria que se ocupó de estos del tema a lo largo del siglo XIX, cuando la figura del duelo legal había sido prohibida y se trataba de sucesos clandestinos sujetos a diferentes penas y multas. La opinión pública estaba dividida, y de la condena a la justificación había un paso.
"Frecuentes hasta el extremo y acaloradas en demasía han sido las discusiones y controversias que han sostenido sabios legistas y filósofos, sobre si el duelo debe ser considerado como delito, y las penas con que, en caso afirmativo, debiera conminarse, sin que hasta el día se hayan podido sentar de un modo concluyente bases firmes y sólidas en que descanse la defensa o la condenación del duelo.
Así hemos visto que mientras unos le combaten como un horrible crimen, hijo de las preocupaciones de una sociedad desmoralizada, otros le ensalzan, considerándole como la más evidente manifestación del principio de virtud y de honor que constituye el sello peculiar de las modernas sociedades; a la vez que por aquellos se reclama contra los duelistas la inflexibilidad de los Códigos y las más severas penas, éstos han pretendido en absoluto su impunidad; y en tanto que unos anatematizan a los que se baten en duelo, otros los ensalzan y los honran, como si a precio de su sangre, o la de sus adversarios, hubieran obtenido un título incontestable a la pública estimación. " (E. Sierra Valenzuela).
En España encontramos un amplio elenco de ensayistas y juristas que lo analizan. Podemos destacar trabajos como Duelos, rieptos y desafíos de Enrique Sierra Valenzula (1878), Ofensas y desafíos de Eusebio Yñiguez (1890) o el Prontuario del duelo de Ángel Murciano (1903), uno de los últimos ejemplares de esta especie ensayística, serán un buen ejemplo del arraigo de esta costumbre todavía, no sólo en nuestro país, sino en toda Europa. En esta obras se expone de forma detallada la normativa, la posición de la legalidad vigente en el momento ante este tipo de actos, las armas, las ofensas que lo justifican, y las excepciones. De lo que se deduce que hasta las primeras décadas del siglo XX era común aquello de "lavar las ofensas con sangre", todo ello dentro de una determinada clase social, porque el duelo, asunto entre caballeros, queda para aristócratas, burgueses ennoblecidos y gentes con mayor celo de su reputación pública.Y eso que España este tipo de desafíos había sido prohibido en 1757.
En el caso de la imagen literaria del duelo son numerosos los ejemplos que nos ofrece la literatura universal, con dispar resultado. Así Tolstoi, en Guerra y Paz, lo usa como vehículo del honor, algo usual, y del perdón, algo más insólito, una vez que lo ha censurado; Dumas lo convierte en una suerte de sacrificio de amor, con desenlace benigno, en el Conde de Montecristo, y en motivo de burla y encuentro en Los tres mosqueteros; Chordelos de Laclos lo usa como medio de redención en las Amistades peligrosas; para Zorrilla es un instrumento de la condenación de Don Juan Tenorio; y Poe lo presentará como pretexto para la autodestrucción en William Willson. Maupassant, Clarín, Dostoyevsky,Thackeray, Chejov o Jane Austen también incluyeron duelos en sus obras.
Estos autores, también reflexionan, desde diferentes puntos de vista, sobre la moralidad y las motivaciones del duelo. Alexander Pushkin se preguntaba en su obra Eugenio Oneguin, tras describir un fatídico lance entre dos de sus personajes :
"Amigos míos, compadeced al poeta que, en la flor de sus alegres esperanzas, se marchitó. ¿En dónde están la ardiente inquietud, el noble afán de los jóvenes sentimientos y pensamientos, tan elevados, tiernos y valientes?¿En dónde están los deseos tempestuosos del amor, la sed de la ciencia y del trabajo, el miedo al vicio y a la vergüenza? ¿Y vosotras, ilusiones ocultas, fantasmas de una vida celeste, o vosotros, sueños de la poesía sagrada? Tal vez había nacido para el bien de la Humanidad, o, por lo menos, para su gloria; su callada lira hubiera podido resonar a través de los siglos con eterno y vibrante sonido. Tal vez en la escala de la vida tenía un puesto privilegiado. También puede ser que su sombra doliente se lleve consigo el secreto sagrado, y que se apague para nosotros la voz creadora. Los himnos de los siglos y las bendiciones de los pueblos no llegarán a través de la tumba."
Pero ya había sentenciado:
"¿No sería mejor que rompieran a reír antes que sus manos se tiñesen de sangre? ¿No valdría más separarse amistosamente? La enemistad mundana teme a todo trance la vergüenza de un deshonor."
El propio Pushkin será una víctima de su honor, moriría un 29 de enero de 1837, a consecuencia de las heridas de su duelo contra un oficial francés que cortejaba a su esposa. No será el único nombre conocido que sucumba por un convencionalismo social. El matemático Evariste Galois, el político norteamericano Alexander Hamilton, el periodista francés Armand Carrel, el poeta ruso Mijail Lermontov, o Enrique de Borbón y Borbón Dos Sicilias son algunos de ellos.
Entre aquellos personajes que salieron más o menos airosos de uno o incluso de varios de estos desafíos están el Duque de Wellington, el presidente argentino Hipólito Yrigoyen, el periodista Emile Girardin, el primer ministro inglés Willian Pitt, el Joven; el presidente estadounidense Andrew Jackson, los escritores Víctor Hugo, Alejandro Dumas (padre), Marcel Proust y Vicente Blasco Ibáñez; el presidente francés Georges Clemenceau; el pintor Edouard Manet o el filósofo Proudhon. Otros como Mark Twain se libraron por poco de participar en uno de ellos.
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