sábado, marzo 13, 2010

A la muerte de Miguel Delibes

Miguel Delibes Setién
(1920-2010)


Murío Miguel Delibes, tenía ochenta y nueve años, y deja un fantástico legado humano y literario. Periodista, escritor, amante de la naturaleza, ..., mucho podría decir de un hombre como él, pero lo que el Maestro Delibes quería, así lo había manifestado en varias ocasiones, era ser recordado como "una buena persona, un buen hombre".
De su obra, una obra cargada de fina ironía, a través de sus páginas se embarca en una defensa de la dignidad que rescata a sus personajes, y los hace seres de carne y hueso, cercanos, sin adorno, como la prosa del autor. La "muerte, infancia, naturaleza y prójimo" son los cuatro temas principales que actúan como eje central. De todo ello podría hablarse largamente, pero creo que el mejor homenaje que puede hacérsele es citarla, y por supuesto leerla. Leerla y releerla, para hacerla más inmortal aún de lo que la hizo el maestro. Aquí sobran mis palabras, y bastán las de él, las de su obra.


"(...)De pronto el viejo Eloy se vio solo en el amplio y sobrecogedor recinto, custodiado por fantasmales ci­preses y se volvió y sus ojos toparon con una lápida: «¡Cree y espera! Propiedad de Diego Blanco Fanjul». Diego Blanco no renunciaba a la propiedad ni des­pués de muerto. A Diego Blanco le mató en duelo a espada francesa Rodríguez de Llano, porque Diego Blanco no aceptó el fallo del jurado de la Batalla de Flores en 1905, y entonces se dirigió a la tribuna y abofeteó a Rodríguez de Llano en público y le dijo que había votado la carroza de Cesáreo Gaytán por­que en ella iba la hija de su querida. Rodríguez de Llano le desafió, pero Diego Blanco decía en el Círcu­lo: «A este cerdo lo ensarto yo». Mas apenas dijo el juez de campo: «Adelante, señores», tras un fulmi­nante «corps» a «corps», Diego Blanco cayó con un pulmón atravesado.

"(...)Detrás de la capilla de Blanco se hallaba la tumba de Pepín Vázquez, asfixiada por los yerbajos, y de­cía: «Aquí yace José M.a Vázquez Palomero. —10-4-22—Descanse en paz». Pero no decía nada del coco, ni de los peces de colores del estanque, ni de que se marchara sin guardar antesala. Tampoco en la tumba de Doro Peña hablaba de su talento, ni de que en 1906 capitanease la comisión de estudiantes de Medicina que exigió del Ministro de Instrucción la derogación del Decreto de 31 de julio, ni de que declarase la huel­ga del hambre hasta ver logrado su propósito. Ni la tumba de la niña Tomasita Espeso —«Hija, tus papás no te olvidarán nunca»— poco más allá, hablaba de sus terrores nocturnos, ni de que se colgara de una encina el 15 de mayo de 1910, para no presenciar el escalofriante choque de la Tierra con el cometa Halley, que la prensa anunciaba para el 18. Ni la tumba del domador de pulgas —«Jesús mío, misericordia»— Trifón Lasalle González, —3-3-1921—, hablaba nada de su habilidad, ni de su monótono pregón: «Si puga no tiga de cago, cago no anda. Pasen, señogues, pa­sen». Ni de que la gente pasase a empellones para ver a través de las lentes de aumento cómo las pulgas amaestradas arrastraban una minúscula carroza versi­color. Ni la tumba de Heliodoro Rojas —«Recuerdo de tus hijos»— decía que fuese el refundidor de «La Sandovala», la campana de San Benito, cuyo casco de bronce dio en la báscula 72 arrobas de peso neto. Ni decía la de Fernando Marín, 12-2-1933, que se hubie­se arruinado por seguir al torero Callito, ni de que fuese él el primer ciudadano que asistió a una corri­da nocturna en Barcelona, el 24 de junio de 1903, en la que estoquearon, con aquél, Machaquete y Morenito de Algeciras. Ni decía la de Generoso González Prat —«Piedad, Señor, piedad»— nada de su agencia de matrimonios: «Señoras y señoritas ricas, decentesy honradas de la corte y muchas de provincias de­sean legalmente casarse; de 1.000 a 50.000 duros de dote. Dirigirse formalmente y con sello para la con­testación al acreditado Generoso Glez. Prat, calle de La Sota, número 8 Madrid». Ni la tumba de don Bue­naventura Salgado, párroco de San Ginés —«Te sir­vió, Señor, en la Tierra, dale tu descanso eterno»—, decía una palabra de su celo apostólico, ni de su opo­sición terminante a abrir una gran vía en la ciudad a costa de derruir su parroquia, ni de sus famosas pa­labras al Excmo. Rvdo. Sr. Arzobispo que decidieron el pleito en 1900: «Excelencia, no está bien que la Casa de Dios desaparezca para comodidad de los hom­bres». Ni la tumba de doña Pura Catroux— «Ici repo­se»— decía nada de sus prendas didácticas, ni de la caja de anises que depositaba como una tentación cada mañana en el pupitre, ni de que en su colegio se hu­biera educado el párvulo Eloy Núñez. Ni decía la tum­ba de Eutiquio Gomero, poco más lejos —«Aquí yace en la paz del Señor»—> que él fuera el inventor de los brillantes de boro, las perlas nakioquímicas y la oralina, nuevo metal, aleación de oro puro con bronce y aluminio, de excelente resultado. Ni decía, en fin, la tumba de D. Nicomedes Fernández Pina que hubiese sido un alcalde concienzudo y honesto que antes de decidir el asfaltado de la Plaza reuniera doce veces el Pleno en 1903, y dieciséis en 1904 para dilucidar el asun­to del alcantarillado.

Cuando sonó la campana del camposanto, el viejo Eloy levantó la cabeza, y dio dos vueltas sobre sí mis­mo antes de incorporarse a la realidad. Saltando de tumba en tumba, de recuerdo en recuerdo, le había sorprendido la puesta del sol. Los cipreses negreaban sobre el cielo brumoso por encima de su cabeza. Tor­pemente se desabotonó el abrigo, extrajo el pañueloy se limpió el extremo de la nariz. Le temblaban las manos azuladas y después de guardar el pañuelo permaneció unos segundos indeciso. Apenas recono­cía si era joven o viejo ni el motivo por el que se en­contraba allí. De pronto recordó a Isaías y se volvió hacia el campo de cruces que se perdía en la distancia y balbució vagamente:

—Ahí os dejo a Isa, atendedle; es su primera noche. (...)"La hoja roja (1962).


1 comentarios:

Joanna dijo...

Descanse en paz