"(...)De pronto el viejo Eloy se vio solo en el amplio y sobrecogedor recinto, custodiado por fantasmales cipreses y se volvió y sus ojos toparon con una lápida: «¡Cree y espera! Propiedad de Diego Blanco Fanjul». Diego Blanco no renunciaba a la propiedad ni después de muerto. A Diego Blanco le mató en duelo a espada francesa Rodríguez de Llano, porque Diego Blanco no aceptó el fallo del jurado de la Batalla de Flores en 1905, y entonces se dirigió a la tribuna y abofeteó a Rodríguez de Llano en público y le dijo que había votado la carroza de Cesáreo Gaytán porque en ella iba la hija de su querida. Rodríguez de Llano le desafió, pero Diego Blanco decía en el Círculo: «A este cerdo lo ensarto yo». Mas apenas dijo el juez de campo: «Adelante, señores», tras un fulminante «corps» a «corps», Diego Blanco cayó con un pulmón atravesado.
"(...)Detrás de la capilla de Blanco se hallaba la tumba de Pepín Vázquez, asfixiada por los yerbajos, y decía: «Aquí yace José M.a Vázquez Palomero. —10-4-22—Descanse en paz». Pero no decía nada del coco, ni de los peces de colores del estanque, ni de que se marchara sin guardar antesala. Tampoco en la tumba de Doro Peña hablaba de su talento, ni de que en 1906 capitanease la comisión de estudiantes de Medicina que exigió del Ministro de Instrucción la derogación del Decreto de 31 de julio, ni de que declarase la huelga del hambre hasta ver logrado su propósito. Ni la tumba de la niña Tomasita Espeso —«Hija, tus papás no te olvidarán nunca»— poco más allá, hablaba de sus terrores nocturnos, ni de que se colgara de una encina el 15 de mayo de 1910, para no presenciar el escalofriante choque de la Tierra con el cometa Halley, que la prensa anunciaba para el 18. Ni la tumba del domador de pulgas —«Jesús mío, misericordia»— Trifón Lasalle González, —3-3-1921—, hablaba nada de su habilidad, ni de su monótono pregón: «Si puga no tiga de cago, cago no anda. Pasen, señogues, pasen». Ni de que la gente pasase a empellones para ver a través de las lentes de aumento cómo las pulgas amaestradas arrastraban una minúscula carroza versicolor. Ni la tumba de Heliodoro Rojas —«Recuerdo de tus hijos»— decía que fuese el refundidor de «La Sandovala», la campana de San Benito, cuyo casco de bronce dio en la báscula 72 arrobas de peso neto. Ni decía la de Fernando Marín, 12-2-1933, que se hubiese arruinado por seguir al torero Callito, ni de que fuese él el primer ciudadano que asistió a una corrida nocturna en Barcelona, el 24 de junio de 1903, en la que estoquearon, con aquél, Machaquete y Morenito de Algeciras. Ni decía la de Generoso González Prat —«Piedad, Señor, piedad»— nada de su agencia de matrimonios: «Señoras y señoritas ricas, decentesy honradas de la corte y muchas de provincias desean legalmente casarse; de 1.000 a 50.000 duros de dote. Dirigirse formalmente y con sello para la contestación al acreditado Generoso Glez. Prat, calle de La Sota, número 8 Madrid». Ni la tumba de don Buenaventura Salgado, párroco de San Ginés —«Te sirvió, Señor, en la Tierra, dale tu descanso eterno»—, decía una palabra de su celo apostólico, ni de su oposición terminante a abrir una gran vía en la ciudad a costa de derruir su parroquia, ni de sus famosas palabras al Excmo. Rvdo. Sr. Arzobispo que decidieron el pleito en 1900: «Excelencia, no está bien que la Casa de Dios desaparezca para comodidad de los hombres». Ni la tumba de doña Pura Catroux— «Ici repose»— decía nada de sus prendas didácticas, ni de la caja de anises que depositaba como una tentación cada mañana en el pupitre, ni de que en su colegio se hubiera educado el párvulo Eloy Núñez. Ni decía la tumba de Eutiquio Gomero, poco más lejos —«Aquí yace en la paz del Señor»—> que él fuera el inventor de los brillantes de boro, las perlas nakioquímicas y la oralina, nuevo metal, aleación de oro puro con bronce y aluminio, de excelente resultado. Ni decía, en fin, la tumba de D. Nicomedes Fernández Pina que hubiese sido un alcalde concienzudo y honesto que antes de decidir el asfaltado de la Plaza reuniera doce veces el Pleno en 1903, y dieciséis en 1904 para dilucidar el asunto del alcantarillado.
Cuando sonó la campana del camposanto, el viejo Eloy levantó la cabeza, y dio dos vueltas sobre sí mismo antes de incorporarse a la realidad. Saltando de tumba en tumba, de recuerdo en recuerdo, le había sorprendido la puesta del sol. Los cipreses negreaban sobre el cielo brumoso por encima de su cabeza. Torpemente se desabotonó el abrigo, extrajo el pañueloy se limpió el extremo de la nariz. Le temblaban las manos azuladas y después de guardar el pañuelo permaneció unos segundos indeciso. Apenas reconocía si era joven o viejo ni el motivo por el que se encontraba allí. De pronto recordó a Isaías y se volvió hacia el campo de cruces que se perdía en la distancia y balbució vagamente:
—Ahí os dejo a Isa, atendedle; es su primera noche. (...)"La hoja roja (1962).
1 comentarios:
Descanse en paz
Publicar un comentario