jueves, agosto 19, 2010

Hollar, Van der Passe y Meyssens. El grabado en la Europa de la Guerra de los Treinta Años

Durante el siglo XVII el grabado vive uno de sus momento se mayor esplendor, tanto los grandes nombres de la pintura barroca europea como artistas con una menor repercusión, que no calidad, se embarcan en actividad. El grabado se convierte en un medio para una difusión a gran escala de las obras, ya que permite la producción masiva y sistemática de copias. Así, y debido al coste relativamente bajo de las reproducciones, no sólo la nobleza, sino los mercaderes burgueses, e incluso los labradores pueden permitirse adquirir alguna de estas estampas. En los inventarios de la época podemos observar como las escenas religiosas y los paisajes tienen gran predicamento.

A la sombra de los grandes pintores del momento encontramos toda una pléyade de grabadores, especialmente en Alemania y los Países Bajos de la mano de los cuales surgirían las mejores piezas de la iconografía que ilustran algunas de las obras literarias más importantes del momento, especialmente los libros de emblemas morales o las populares colecciones de retratos de personajes ilustres. Algunos son además de grabadores, son pintores, dibujantes o escultores. No sólo el autor es el que adquiere la fama con esta difusión, el grabador adquiere cada vez más protagonismo.

Muchos son los nombres que podríamos citar, pero son tres los que vamos a destacar hoy por la importancia que su trabajo ha tenido dentro del imaginario de la Guerra de los Treinta Años.

Crispin van der Passe (1564-1637) Patriarca de una saga familiar de afamados grabadores neerlandeses. Conocido como El Viejo. Aunque entre su producción hay numerosos retratos, sus principales encargos estaban destinados a convertirse en algunos de las mejores ilustraciones de emblemas morales, ya que tenía un magnífico gusto para la composición alegórica y los temas mitológicos. Los trabajos de esta dinastía tendrán una gran acogida en Inglaterra, y fueron muy conocidos en todoa Europa. Sus sucesores fueron sus hijos Simón (1595-1647), Crispin, llamado el Joven (1597-1670), Willen (1598-1636), y Magdalena (1600-1638), así como su nieto Crispin (muerto en 1678). La joya de la producción familiar son los grabados de Crispin, el Joven, que acompañan a la obra de Antoine de Pluvinel, Maneige royal (1629). Como curiosidad hay que decir que es a su hijo Simón a quien se debe el que posiblemente fuera el primer retrato de Pocahontas histórica. Tras la muerte del patriarca y de dos de sus hijos, el prestigio familiar fue decayendo, y tras la muerte de Simón, Crispin, el Joven fue incapaz de repetir el éxito de su padre, por lo que acabó arruinándose. Es difícil diferenciar la obra de cada uno de los miembros del clan, ya que no acostumbraban a firmar, pese a esto podemos encontrar también algunas composiciones propias que difieren algo y destacan en la producción.


Wenzeslaus Hollar (1607-1677) Bohemio. Además de grabador, era escritor. Retoma el tema de la danza macabra o el triunfo de la muerte reproduciendo la obra de Holbein. Sus series de retratos femeninos o sus vistas de Londres son muy conocidas y apreciadas ya en vida del autor. Es, junto con Meyssens, uno de los impresores de los afamados retratos que Van Dyck preparó para su serie "Icones Pricipum Virorum". No tiene restricciones temática, desde reproducciones de retratos, mapas, láminas naturalistas, hasta grotescos, adornos y anatomías, la imaginación en la plancha de Hollar no conoce límites. Su obra es una de las de mayor calado en la Europa del siglo XVII.


Johanes Meyssens (1612-1670) Flamenco. Pintor, grabador y escultor, su hijo Cornelius seguiría sus pasos. Siguiendo con la corriente de retratistas del momento, y al igual que haría Van Dick, de cuyas obras ya hemos dicho que fue impresor. Le debemos una obra titulada"Image de divers hommes desprit sublime qui par leur art et science devront vivre eternellement et des quels la lovange et renommée faict estonner le monde", así como la realización de gran parte de los retratos que aparecen en Le Gulden Cabinet, otra de aquellas compilaciones de biografías de personajes famosas de la época, como ya hubiera hecho anteriormente Giovio.

Aquí les dejo una pequeña selección:


domingo, agosto 15, 2010

Y si fuera posible... !Ah, la Verdad en la historiográfía...!

La Literatura no deja de sorprenderme. Leyendo uno de los relatos de Edgar Allan Poe (1809-1849), Conversación con una momia (1845), me encontré con una interesante "fantasía historiográfica". Un grupo de científicos americanos se embarcan en la difícil tarea de desenvolver una momia, costumbre muy decimonónica, dispuestos a desentrañar los misterios del Antiguo Egipto, lo que se van a encontrar es algo radicalmente diferente, que acabará por convertirse en una extraña conversación sobre el sentido de la vida y el pasado de una civilización con un ser milenario. Al plantear a su nuevo "invitado" una serie de preguntas sobre la duración de la vida, la respuesta les lleva a una utopía histórica y a mostrar una descarnada crítica sobre una de las mayores fuentes de debate en la Historiografía universal, como es el caso de la Verdad en la Historia (algo que ya hemos mencionado alguna vez). La escena es la siguiente:

"-Con mucho gusto -repitió-. La duración usual de la vida humana en mi tiempo era de unos ochocientos años. Pocos hombres morían, a menos de sobrevenirles algún accidente extraordinario, antes de los seiscientos; pero la cifra anterior era considerada como el término natural. Luego de descubierto el principio del embalsamamiento, tal como lo he explicado antes, nuestros filósofos pensaron que sería posible satisfacer una muy laudable curiosidad, y a la vez contribuir grandemente a los intereses de la ciencia, si ese término natural era vivido en varias etapas. En el caso de la historia, sobre todo, la experiencia había demostrado que algo así resultaba indispensable.

Un historiador, por ejemplo, llegado a la edad de quinientos años, escribía un libro con muchísimo celo, y luego se hacía embalsamar cuidadosamente, dejando instrucciones a sus albaceas pro tempore, para que lo resucitaran transcurrido un cierto período -digamos quinientos o seiscientos años-. Al reanudar su vida, el sabio descubría invariablemente que su gran obra se había convertido en una especie de libreta de notas reunidas al azar, algo así como una palestra literaria de todas las conjeturas antagónicas, los enigmas y las pendencias personales de un ejército de exasperados comentadores.

Aquellas conjeturas, etc., que recibían el nombre de notas o enmiendas, habían tapado, deformado y agobiado de tal manera el texto, que el autor se veía precisado a encender una linterna para buscar su propio libro. Una vez descubierto, no compensaba nunca el trabajo de haberlo buscado.

Luego de escribirlo íntegramente de nuevo, el historiador consideraba su deber ponerse a corregir de inmediato, con su conocimiento y experiencias personales, las tradiciones corrientes sobre la época en que había vivido anteriormente. Y así, ese proceso de nueva redacción y de rectificación personal, cumplido de tiempo en tiempo por diversos sabios, impedía que nuestra historia se convirtiera en una pura fábula.

-Perdóneme usted -dijo en este punto el doctor Ponnonner, apoyando suavemente la mano sobre el brazo del egipcio-. Perdóneme usted, señor, pero... ¿puedo interrumpirlo un instante?

-Ciertamente, señor -replicó el conde.

-Tan sólo una pregunta -continuó el doctor-.

Mencionó usted las correcciones personales del historiador a las tradiciones referentes a su propio tiempo. Dígame usted: ¿qué proporción de dichas tradiciones eran verdaderas?

-Pues bien, señor mío, los historiadores descubrían que las tales tradiciones se encontraban absolutamente a la par de las historias mismas antes de ser reescritas; vale decir que en ellas no había jamás, y bajo ninguna circunstancia, la menor palabra que no fuera total y radicalmente falsa."

Esa utopía, además de ser imposible (lo que es evidente), se hace imposible, no sólo por los términos en que se plantea, sino porque entra en juego el sentido común cuando nos interrogamos acerca de la vigencia de una corriente historiográfica, o de los contenidos de un determinado autor, pasados apenas una o dos décadas desde la publicación de sus planteamientos o de una de sus obras. Y aunque sería útil que el autor nos explicase las sombras que puedan quedar en su trabajo, el propio dinamismo de la Historia lo impide. Las transformaciones, que de un modo u otro, derivan de todo proceso histórico y la incapacidad para percibir a corto plazo la totalidad de las mismas son lo que motivan la existencia de diferentes puntos de vista y la necesidad de perspectiva en el historiador. Este supuesto revisionismo eliminaría la perspectiva del comentario, y pese a que el ejercicio reportaría algún beneficio al autor, con la distancia de los siglos y su propia experiencia, si éste ignorase los nuevos datos (porque los habría) únicamente estaría falsificando la Historia al marrar, es decir, al insistir en preservar como visión definitiva su hipótesis primitiva. Y es aquí donde entraría en juego la paradoja polémica de la Verdad en la Historia, que es la misma que la que plantean otros absolutos como son la Objetividad y la Globalidad, por lo que al acusar el singular personaje de Poe a los historiadores de fabuladores no hace otra cosa más que incidir en el debate que ya hace un más de un siglo se exponía desde las bases del positivismo. No deja de ser curioso que una ficción como la de este gran autor, en el momento más insospechado, nos permita reflexionar sobre el impacto y la evolución de algo tan complejamente bizantino como es el debate secular de la Historiografía.


sábado, agosto 14, 2010

Lectores digitales y libros electrónicos: La selva del formato


Hace algún tiempo ya hablamos de la consolidación de los lectores electrónicos en el mercado y de las ventajas que tiene para docentes e investigadores. Pues bien, ha llegado el momento de profundizar en el manejo de estos aparatos y dar unas claves de uso, o mejor dicho, unas pequeñas recomendaciones acerca de los diferentes formatos que vamos a encontrar en la red.

A la hora de elegir uno de los modelos que hay en el mercado, además de tener en cuenta la relación calidad-precio, es importante tener en cuenta al menos tres cosas:

- Niveles de gris que tiene ( a más niveles, mayor contraste y definición de la imagen).
- Capacidad de almacenamiento o de ampliación de memoria, ya que nos conviene que admita tarjetas de memoria de 8 a 32 Gb. Recordemos que estamos hablando de un uso profesional y de lo que se trata es de crear nuestra propia biblioteca portátil.
- Que sea compatible con el mayor número de formatos posibles.

Personalmente, como usuaria desde hace tiempo de un estupendo lector, no tengo preferencia por un formato en concreto, suele depender del tipo de lectura (facsímil, artículo, novela, manual...) o más bien, de las características de la misma (tamaño de letras, si contiene imágenes, notas a pie de página). Sin embargo, debido a que la mayoría de los dispositivos disponibles no superan las 6 pulgadas de pantalla es preferible que utilicemos formatos más flexibles que el pdf, como el ePub, el fb2,el txt, el HTML, el doc de toda la vida y el Djvu.

Aunque el problema principal no es la gran variedad de formatos, sino las limitaciones a la hora de reproducirlos o la necesidad de emplear conversores, lo que incluso nos lleva a hacer nuestra propia edición del material para adaptar bien al dispositivo, bien a nuestro gusto (siempre hay a quien no le importe que el texto esté sin justificar). Ya conocemos las ventajas de doc y txt (siempre con el texto justificado pero más pobre visualmente hablando) y a veces el HTML puede ser una opción de emergencia (puede que sea el único formato en el que encontremos algunos textos), pero poco sabemos de otras propuestas más recientes. Para familiarizarnos con los nuevos formatos vamos a destacar los más útiles y conocidos en la red:

El ePub es posiblemente el formato con mayor difusión, pero la calidad de los disponibles es muy dispar, sobretodo en el caso de obras antiguas como las digitalizadas por Google Books. Si queremos preparar nuestros propios libros en epub el mejor editor es Sigil, que además es gratuito.

Fb2 tiene también un gran calado principalmente gracias a las plataformas creadas por los usuarios de lectores Hanlin y Papyre. Fácil de manipular, al igual que el epub permite la inclusión de imágenes y puede modificarse o corregirse con Book Designer.

Djvu, menos extendido pero más versátil que otros formatos, es muy recomendable para la lectura de facsímiles o comics, por ello proyectos como Internet Archive han apostado por incluirlo entre sus opciones de descarga. Tiene su propio visor y editor, STDU Viewer.

También pueden emplearse programas como el de Grammata o pdfzilla y también otros conversores online que podemos encontrar para diferentes formatos, pero salvo con documentos en word o txt, es recomendable revisar el resultado final, pues puede haber confusiones o errores tipográficos producidos durante el proceso. La demanda crece y ya hay páginas web como Manybooks.net que permite escoger el formato en el que vamos a realizar la descarga (gratuita por supuesto). El e-book ha llegado para quedarse, tú eliges si quieres subirte al carro.

jueves, agosto 12, 2010

Mitos del Romanticismo: El duelo

Duelo entre Oneguin y Lensky. Ilia Repin (1899)

Siempre hay imágenes y tópicos asociados a períodos determinados. En el caso del siglo XIX hay una particularmente polémica, la figura del duelista romántico. Mitad poeta, mitad caballero de folletín que se bate por su honor y su nombre, o por algo menos prosaico, por amor, de noche, en medio de la niebla o en un bosque apartado. No es ésta precisamente una de esas evocaciones basadas en una mera ficción literaria, los lances de honor, donde estaban muy presentes la vergüenza y la muerte, fueron bastantes comunes durante todo el siglo.

No vamos a remontarnos a la génesis del duelo ni su relación con las justas medievales ni las ordalías, pues sería muy largo y complejo analizar un concepto como el del honor. Sin embargo, debo hacer hincapié sobre la vasta producción jurídica o puramente literaria que se ocupó de estos del tema a lo largo del siglo XIX, cuando la figura del duelo legal había sido prohibida y se trataba de sucesos clandestinos sujetos a diferentes penas y multas. La opinión pública estaba dividida, y de la condena a la justificación había un paso.

"Frecuentes hasta el extremo y acaloradas en demasía han sido las discusiones y controversias que han sostenido sabios legistas y filósofos, sobre si el duelo debe ser considerado como delito, y las penas con que, en caso afirmativo, debiera conminarse, sin que hasta el día se hayan podido sentar de un modo concluyente bases firmes y sólidas en que descanse la defensa o la condenación del duelo.

Así hemos visto que mientras unos le combaten como un horrible crimen, hijo de las preocupaciones de una sociedad desmoralizada, otros le ensalzan, considerándole como la más evidente manifestación del principio de virtud y de honor que constituye el sello peculiar de las modernas sociedades; a la vez que por aquellos se reclama contra los duelistas la inflexibilidad de los Códigos y las más severas penas, éstos han pretendido en absoluto su impunidad; y en tanto que unos anatematizan a los que se baten en duelo, otros los ensalzan y los honran, como si a precio de su sangre, o la de sus adversarios, hubieran obtenido un título incontestable a la pública estimación. " (E. Sierra Valenzuela).

En España encontramos un amplio elenco de ensayistas y juristas que lo analizan. Podemos destacar trabajos como Duelos, rieptos y desafíos de Enrique Sierra Valenzula (1878), Ofensas y desafíos de Eusebio Yñiguez (1890) o el Prontuario del duelo de Ángel Murciano (1903), uno de los últimos ejemplares de esta especie ensayística, serán un buen ejemplo del arraigo de esta costumbre todavía, no sólo en nuestro país, sino en toda Europa. En esta obras se expone de forma detallada la normativa, la posición de la legalidad vigente en el momento ante este tipo de actos, las armas, las ofensas que lo justifican, y las excepciones. De lo que se deduce que hasta las primeras décadas del siglo XX era común aquello de "lavar las ofensas con sangre", todo ello dentro de una determinada clase social, porque el duelo, asunto entre caballeros, queda para aristócratas, burgueses ennoblecidos y gentes con mayor celo de su reputación pública.Y eso que España este tipo de desafíos había sido prohibido en 1757.

En el caso de la imagen literaria del duelo son numerosos los ejemplos que nos ofrece la literatura universal, con dispar resultado. Así Tolstoi, en Guerra y Paz, lo usa como vehículo del honor, algo usual, y del perdón, algo más insólito, una vez que lo ha censurado; Dumas lo convierte en una suerte de sacrificio de amor, con desenlace benigno, en el Conde de Montecristo, y en motivo de burla y encuentro en Los tres mosqueteros; Chordelos de Laclos lo usa como medio de redención en las Amistades peligrosas; para Zorrilla es un instrumento de la condenación de Don Juan Tenorio; y Poe lo presentará como pretexto para la autodestrucción en William Willson. Maupassant, Clarín, Dostoyevsky,Thackeray, Chejov o Jane Austen también incluyeron duelos en sus obras.

Estos autores, también reflexionan, desde diferentes puntos de vista, sobre la moralidad y las motivaciones del duelo. Alexander Pushkin se preguntaba en su obra Eugenio Oneguin, tras describir un fatídico lance entre dos de sus personajes :

"Amigos míos, compadeced al poeta que, en la flor de sus alegres esperanzas, se marchitó. ¿En dónde están la ardiente inquietud, el noble afán de los jóvenes sentimientos y pensamientos, tan elevados, tiernos y valientes?¿En dónde están los deseos tempestuosos del amor, la sed de la ciencia y del trabajo, el miedo al vicio y a la vergüenza? ¿Y vosotras, ilusiones ocultas, fantasmas de una vida celeste, o vosotros, sueños de la poesía sagrada? Tal vez había nacido para el bien de la Humanidad, o, por lo menos, para su gloria; su callada lira hubiera podido resonar a través de los siglos con eterno y vibrante sonido. Tal vez en la escala de la vida tenía un puesto privilegiado. También puede ser que su sombra doliente se lleve consigo el secreto sagrado, y que se apague para nosotros la voz creadora. Los himnos de los siglos y las bendiciones de los pueblos no llegarán a través de la tumba."

Pero ya había sentenciado:

"¿No sería mejor que rompieran a reír antes que sus manos se tiñesen de sangre? ¿No valdría más separarse amistosamente? La enemistad mundana teme a todo trance la vergüenza de un deshonor."

El propio Pushkin será una víctima de su honor, moriría un 29 de enero de 1837, a consecuencia de las heridas de su duelo contra un oficial francés que cortejaba a su esposa. No será el único nombre conocido que sucumba por un convencionalismo social. El matemático Evariste Galois, el político norteamericano Alexander Hamilton, el periodista francés Armand Carrel, el poeta ruso Mijail Lermontov, o Enrique de Borbón y Borbón Dos Sicilias son algunos de ellos.
Entre aquellos personajes que salieron más o menos airosos de uno o incluso de varios de estos desafíos están el Duque de Wellington, el presidente argentino Hipólito Yrigoyen, el periodista Emile Girardin, el primer ministro inglés Willian Pitt, el Joven; el presidente estadounidense Andrew Jackson, los escritores Víctor Hugo, Alejandro Dumas (padre), Marcel Proust y Vicente Blasco Ibáñez; el presidente francés Georges Clemenceau; el pintor Edouard Manet o el filósofo Proudhon. Otros como Mark Twain se libraron por poco de participar en uno de ellos.